Usted nació hace 48 años en Mixco, un pueblo cercano a la capital del país. Lleva varios años viviendo allí de nuevo. Pero entre estas dos fechas, su viaje ha sido un camino de violencia y exilio. ¿Puede explicarnos el contexto?
Yo soy hija de migrantes. Mis padres vivieron en el oriente del país, donde se involucraron en procesos políticos por la democratización del país. En el contexto del conflicto armado interno, sufrieron amenazas y para escapar a la violencia política, vinieron para acá en los años setenta. Cuando el conflicto se generalizó, la violencia nos alcanzó incluso aquí en Guatemala, y mi padre, que pertenecía al partido social demócrata, fue asesinado.
Tuvimos que migrar durante varios años a diferentes partes de Guatemala, y cuando mi madre consideró que la violencia era demasiado fuerte y el riesgo era muy grande, nos fuimos fuera de Guatemala para vivir en México, en Costa Rica, en Honduras. Tenía 8 años cuando tuve que dejar Mixco, y volví a los 29 años.
Entonces me crié en una comunidad de personas desplazadas y exiliadas. Mucho tiempo de mi infancia y juventud, de mi proceso de crianza y de educación, lo hice en convivencia con varias comunidades indígenas, especialmente maya K’iche’ y Kaqchikel. Por esta experiencia, en muchos sentidos, me siento multicultural, en mi identidad han aportado varias raíces dentro de los mismos pueblos mayas.
¿Se forjó su compromiso durante esos años de exilio? ¿Qué le ha llevado a ello?
Durante nuestra estancia en México y en Costa Rica, muchas personas exiliadas, sobre todo mayas, se juntaron, se organizaron. Mi madre empezó a participar en todos estos procesos de reivindicación, de apropiación de su identidad, de la lucha por los derechos, de denuncia de la violencia que estaba sucediendo en Guatemala hacia las comunidades mayas.
En este contexto en el cual ella era activista, yo era una niña, la acompañaba y allí fui escuchando muchas experiencias de otros niños, de otras familias, y de lo que habían vivido, lo que pasaba en este país, fui entendiendo muchas cosas y me iba nutriendo de una comprensión de la cultura y de la situación política.
La vida de mi abuela materna influyó mucho también en mi comprensión de la violencia racial y de género que viven las mujeres indígenas. Ella era una mujer de origen maya Ch’orti’ quien vivió muchas de las exclusiones que experimentan las mujeres indígenas: era analfabeta, tenía unos rasgos físicos indígenas muy característicos, vivía y se relacionaba con todos desde su punto de vista de mujer indígena rural. Entonces, experimentaba choques constantes, el desprecio, constantemente la consideraban ignorante, o sea todos esos elementos que ella vivía y cómo ella misma internalizaba muchos aspectos del racismo, me marcaron mucho.
¿Así que su despertar activista se produjo con el tiempo?
Si, creo que se fue construyendo progresivamente, a través de mis propias experiencias familiares y sociales y ver lo que estaba pasando en el país, me fue llevando hacia eso.
Otro ejemplo que me marcó mucho fue lo vivido en los años 90, yo era una adolescente, y convivía con mujeres que fueron pioneras del movimiento indígena en aquel momento, quienes luchaban para que el Estado reconociera los derechos de los pueblos y las mujeres indígenas en el contexto de las negociaciones y luego la firma de la paz, pero también dentro de las organizaciones indígenas, ellas exigían y luchaban para que hubiera igualdad, respeto, para que hubiera equidad hacia ellas como mujeres.
Y ellas decían bueno nosotras necesitamos que, si el movimiento maya está reivindicando los derechos de los pueblos, deben reivindicarse también los derechos de las mujeres indígenas, quienes más sufren el racismo, y participar como líderes en las organizaciones, tomando decisiones, no sólo preparando los alimentos para las actividades. Ellas planteaban que no hay una colisión entre los derechos colectivos y los derechos específicos de las mujeres. Son complementarios.
¿En qué momento se sintió personalmente implicada en esta lucha por el reconocimiento de los derechos de las mujeres indígenas?
A raíz de mi participación en las organizaciones indígenas, en mi adolescencia, me di cuenta de mis propios orígenes y de la herencia que teníamos, no solo al nivel familiar sino también al nivel del país, de la región y de la importancia de fortalecer mi identidad como mujer indígena.
Porque cuando una no le da un sentido político a su identidad, las agresiones del contexto en el que una se relaciona, pues no hay un mecanismo para entenderlas, para comprenderlas, para luchar en contra de ellas. Se viven las burlas, la violencia y a veces hasta creemos que tenemos la culpa de todo eso.
Y cuando ya empiezo a participar en una organización en la cual me explican el origen del racismo, la situación política del país, y como se va construyendo esa articulación a nivel de las mentalidades, entonces empiezo a comprender y decirme bueno no tengo que dejar de ser quien soy para que me respeten, sino que puedo afirmarme en mi propia identidad y mis propios orígenes para poder ser y también para poder echar a andar el proceso de la erradicación del racismo y eso no se logra sólo individualmente.
Allí es donde se entra en conciencia de que son procesos sociales y que requieren del esfuerzo colectivo.
Pues en este momento me reconcilié con todo lo que soy, con mis orígenes culturales, políticos, con mi historia. Y eso ayudó muchísimo a situarme y afirmarme como mujer, como indígena, y con una postura política también de transformación y de cambio.
¿Cuál es el significado del Día Internacional de la Mujer Indígena y qué significa para usted el 5 de septiembre?
El 5 de septiembre se instauró a partir del reconocimiento de la lucha de Bartolina Sisa, una mujer indígena en Bolivia que combatió a los colonizadores en el siglo XVI. En esta perspectiva, este día significa reivindicar el papel histórico que las mujeres indígenas han tenido.
Es importante porque rompe la invisibilización histórica que se ha hecho del aporte de las mujeres indígenas en las culturas prehispánicas y durante todos los procesos de resistencia que se dieron en la época colonial, luego en la época republicana, luego en el conflicto armado interno y en la construcción de la paz. Visibiliza que, a lo largo de la historia, las mujeres indígenas han sido partícipes de la construcción de la ciencia, de la sociedad, de la democracia, de la defensa de su territorio, de su autonomía, de su cultura, de sus derechos, de la defensa de sus cuerpos, de la lucha por la reivindicación de lo que son.
Y es una oportunidad para posicionar el papel de las mujeres y abrir espacios, para que abran brecha, para ampliar la participación política y en muchos otros escenarios donde su presencia es muy escasa. Espacios que se van abriendo a punta de fuerza, de insistencia, a punta de reclamo de las mujeres indígenas.
¿En qué se diferencia este día del 8 de marzo, el día internacional de los derechos de la mujer?
Yo creo que hay un aspecto que un día como el 5 de septiembre da espacio a discutir y es que las mujeres indígenas viven afectaciones especificas por esa combinación de identidades. Es decir, el hecho de ser a la vez integrante de pueblos indígenas que viven la violencia racial, muchas veces ser mujeres pobres, también en condición de ruralidad en una sociedad centralista y urbana, y a la vez ser mujer. Entonces, esto que le llaman ahora la interseccionalidad, un elemento que legitima la necesidad de abrir un espacio específico para ver las condiciones particulares que las mujeres indígenas viven. Y el hecho de pertenecer a comunidades indígenas, a colectivos con una visión del mundo y unas aspiraciones particulares, también hace necesario que la situación y la condición de las mujeres sea vista en su contexto.
Desde octubre de 2018, usted es la coordinadora del proyecto DEMUJERES. ¿Cómo ve su papel?
Básicamente la coordinación es como la articulación de los talentos y de las experiencias de todas las personas que participan en este proyecto. Entonces creo que mi responsabilidad es tratar de armonizar los esfuerzos y también los intereses que quieren echar andar las organizaciones socias con las que trabajamos, en una agenda que ellas-mismas han definido.
Estoy constantemente en el esfuerzo de que el proyecto no sea un ejercicio simplemente de ejecutar fondos y hacer actividades, sino que esas orientaciones hacia dónde llevamos las actividades tengan un impacto más allá de propiamente realizar una actividad.
Tratamos de que cada cosa que se hace en el proyecto tenga un fruto, contribuya a la reflexión sobre cómo las mujeres indígenas viven la violencia, modifique sus condiciones de vida no solo en las regiones en las que está el proyecto, sino que se convierta en alguna experiencia que pueda ser utilizada para que al nivel nacional los procesos cambien, las políticas cambien, la forma en que se resuelven los casos cambie, que no haya impunidad.
El proyecto DEMUJERES, que se está ejecutando en tres departamentos con una gran población indígena, tiene como objetivo mejorar el acceso a la justicia de las mujeres y niñas indígenas y reforzar la protección contra la violencia de género. ¿Podría hablarnos del “enfoque integral”, que es una de las especificidades del proyecto?
Las mujeres y las niñas indígenas han señalado que no solo quieren la penalización de la persona que les ha violentado, lo que más desean es la reconstrucción de su proyecto de vida e insisten en la necesidad de trabajar con los hombres para promover, al nivel comunitario, valores como el derecho a una vida libre de violencia y la cultura de respeto.
Entonces, el proyecto busca fortalecer las capacidades de organizaciones de sociedad civil, y algunas autoridades indígenas de base comunitaria, para que fortalezcan sus potencialidades de acompañar de una manera integral a las mujeres y a las niñas que han vivido violencia basada en género, especialmente violencia sexual.
La manera en la que se ha promovido la integralidad es que las organizaciones brindan ellas-mismas o coordinan varias formas de acompañamiento de manera simultánea: un acompañamiento jurídico, desde el sistema ordinario de justicia estatal o desde el sistema de justicia indígena; un acompañamiento psicosocial para sanar la violencia, desde el enfoque de la psicología clínica pero también desde las perspectivas de las terapias de la medicina maya; un acompañamiento económico para que las mujeres tengan opciones para empoderarse y ser autónomas, porque muchas veces las mujeres que son dependientes económicamente tienen más limitaciones para continuar con sus procesos de acceso a la justicia o romper los círculos de la violencia a los que están expuestas.
De igual manera, buscamos contribuir al fortalecimiento de masculinidades indígenas libres de violencia partiendo de la propia cosmovisión y experiencias históricas de los pueblos y de los hombres indígenas, porque hay que cambiar patrones de masculinidad violenta que se han afianzado a través de los procesos de colonización, la militarización, el fundamentalismo religioso, el racismo, la experiencia del sometimiento a la explotación en las grandes fincas.
Mencionaste la presencia de un sistema de justicia indígena, las terapias de sanación maya, las necesarias discusiones en torno a las masculinidades positivas, tema que las mujeres indígenas pioneras del movimiento introdujeron ya en los años 90, ... ¿Dirías que este proyecto se realiza desde una perspectiva indígena?
Sin duda alguna hacemos un esfuerzo constante por articular la perspectiva indígena. Es un proyecto de cooperación que tiene elementos generales de los lineamientos de la cooperación canadiense, de su política feminista, de la forma cómo CECI fortalece los derechos humanos y la igualdad entre hombres y mujeres y cómo ASFC promueve el acceso a la justicia, pero hemos cultivado un espacio desde donde articular esto con las formas de hacer las cosas desde la perspectiva de los pueblos indígenas.
Las organizaciones socias están dando vida a este proyecto desde las visiones de las mujeres indígenas y también de las formas propias de organización indígena, para que las acciones del proyecto tengan realmente un significado, una utilidad y unos frutos.
Por ejemplo, la participación de las autoridades indígenas dentro del proyecto nos ha enseñado que los sistemas de organización comunitaria tienen la capacidad de dar sostenibilidad a los procesos de acompañamiento a las mujeres y las niñas en su búsqueda de justicia y en la reconstrucción de su proyecto de vida, desde su proprio sentido.
Con el uso de los idiomas indígenas en los productos de comunicación, las organizaciones socias están construyendo mensajes desde las propias estéticas y lógicas indígenas.
Con la recuperación de modelos de cultivos ancestrales y de conocimientos propios de los pueblos indígenas, las organizaciones impulsan el empoderamiento económico de las mujeres desde su propria aspiración de recuperar una relación de armonía con la naturaleza.
Y claro, ¡el apoyo de profesionales indígenas en el equipo es clave! El hecho de que la mayoría del equipo está conformado por profesionales indígenas nos ayuda a mantener un dialogo constante y amplio con las organizaciones socias a nivel territorial, lo que nos permite estar en contexto y adaptarnos en la búsqueda de caminos para superar los obstáculos que enfrentan día a día las mujeres indígenas y contribuir en sus aspiraciones a una vida plena libre de violencia.