Artículo original publicado en el blog One World
La migración haitiana en América del Sur, un fenómeno inquietante y en crecimiento.
La pequeña ciudad de Desaguadero, en la frontera entre Perú y Bolivia, no atrae grandes cantidades de turistas como es el caso de la ciudad alrededor del lago Titicaca. Ahí se encuentran algunos restaurantes, y los martes y los viernes hay una feria donde se amontonan las y los mercaderes de ropa. Pero eso es todo. Además, a una altura de más de 3,800 metros, las noches son heladas.
Sin embargo, ahí podemos encontrar gente de Colombia, Venezuela, Haití, Guinea, Senegal, Eritrea, India y Sierra Leona.
Desaguadero es en efecto un punto de paso importante para las personas migrantes que atraviesan Bolivia, viniendo de Brasil o de Chile para llegar a Perú, y de ahí seguir hacia el Norte, ya sea Estados Unidos o Canadá. Si bien la migración proveniente de los países de América du Sur con destino hacia América del Norte no es un un fenómeno nuevo, la migración conocida como extracontinental, es decir, los flujos migratorios de personas provenientes de países fuera del continente americano, es un fenómeno en expansión desde hace diez años en el continente sudamericano, siendo las personas más numerosas quienes vienen de Haití, cuya situación les expone a problemas y abusos de todo tipo.
Podemos ver numerosas personas migrantes de Venezuela en las calles de La Paz, El Alto y otras grandes ciudades bolivianas. Este grupo de personas puede entrar en Bolivia sin visa y gozan de un cierto estado de clemencia por parte de las autoridades. Además, dada la cantidad de migración venezolana en el continente, muchas organizaciones humanitarias han puesto en marcha proyectos especiales desde hace algunos años para poder ayudarles. La situación de estas personas no es por demás fácil (la clemencia de las autoridades puede ser relativa), pero al menos es reconocida.
La migración extracontinental, un desafío particulier
Para quienes salen de Haití, las circunstancias son muy diferentes. En el marco de mi trabajo en el CECI Bolivia, llevé a cabo una investigación sobre la situación de las personas migrantes de Haití que atraviesan el país con el fin de entender mejor sus necesidades y los desafíos que enfrentan durante su trayecto en Bolivia. Fue extremadamente difícil conocer a esas personas en el territorio boliviano, a pesar de los numerosos esfuerzos. La situación es la misma para las organizaciones de ayuda a personas migrantes que visité en la región de La Paz: las personas que migran de Haití casi nunca acuden a sus servicios, y resisten toda tentativa de acercamiento. Sin embargo, yo mismo pude constatar que, solo en Desaguadero, entre 10 y 40 haitianas y haitianos suben cada día a los autobuses en dirección a Lima para luego seguir hacia el Norte. Lo cual representa al menos 5,000 personas al año. Con la situación en Haití que se deteriora día con día, sería muy extraño que el flujo migratorio disminuyera en los próximos meses.
La vulnerabilidad de estas personas y la precariedad de su situación dificulta la creación de una relación de confianza. Todas y todos temen la prisión o la deportación, y rara vez responden a preguntas respecto a las condiciones de su trayecto. Además, los llamados “coyotes” están siempre en los alrededores y no aprecian la presencia de las organizaciones humanitarias.
Puesto que es difícil, casi imposible, para las personas migrantes de Haití entrar en Bolivia de manera legal, estas se ven forzadas a usar los servicios de los “coyotes” aun antes de atravesar la frontera. Siendo fáciles de identificar en razón de su lengua y de su origen étnico, deben esconderse, viajar de noche en medios de transporte incómodos e inseguros, sin suficiente comida, sin instalaciones sanitarias decentes. Y, sobre todo, sin acceso a ningún recurso en caso de problema.
Migración irregular, peligros múltiples.
El paso por Bolivia para una persona en situación irregular presenta numerosos peligros. Para quienes no están preparadas o preparados, el frío del Altiplano boliviano puede ser muy peligroso, sobre todo si se sube rápidamente desde los llanos del este y sin aclimatarse. Sin embargo, la ausencia de un estado legal es la fuente principal de los desafíos. Como me lo explicó un migrante del lado peruano de la ciudad de Desaguadero, durante toda su estancia en Bolivia, los miembros del grupo con el que viajaba nunca habían estado fuera, a la vista de los demás. Tenían que esconderse constantemente, evitar las ciudades, y quedar así a la merced de los traficantes o “coyotes”, quienes aprovechan al máximo la situación para extraerles dinero y exigirles nuevos pagos. Esto implica que muchas personas migrantes pierden gran parte de sus ahorros en lo que es apenas la segunda o tercera etapa de un viaje largo y arriesgado.
Las autoridades bolivianas también ejercen extorsión. Algunas personas que aceptaron dar testimonios de su travesía contaron que la policía paraba con frecuencia los autobuses en los que viajaban, exigiendo 50$ US por persona para que pudieran seguir adelante. Otras veces, los pasaportes son confiscados a cambio de sumas de dinero más importantes. Sin contar, además, que el tráfico humano en Bolivia, como en otros países, está ligado estrechamente a fines de explotación sexual o laboral. Las haitianos y los haitianos que atraviesan Bolivia tienen todas las razones para esconderse, pero esta casi-invisibilidad les hace aún más vulnerables, puesto que nadie les ve.
Las personas migrantes con estatus irregular suelen tener mala prensa en todos lados, de Desaguadero al camino Roxham. No debemos olvidar que estas personas intentan escapar de situaciones insufribles y sin futuro claro, siendo la pobreza, la violencia y la inseguridad las constantes. Más aún, el viaje que toman para llegar a América del Norte es inmensamente peligroso, y aquellas y aquellos que llegan a nuestras fronteras han pasado una cantidad de pruebas y peligros que apenas podemos imaginar. Es por esto que el gobierno de Canadá debe seguir tratandoles de manera justa y equitativa, no solo según los acuerdos firmados, como la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951, el Pacto mundial sobre migración de 2018 y la Declaración de Los Ángeles sobre migración y protección de 2022, si no también según los principios de base de un estado de derecho, donde los derechos fundamentales de un individuo deben respetarse por el poder político sin importar su lealtad. Más allá de nuestra simpatía, estas personas merecen ser tratadas con dignidad y respeto. Entender de dónde vienen y lo que han vivido es un primer paso esencial para ir en esta dirección.
François de Montigny, consejero en investigación y derechos humanos, CECI Bolivia, Titular de un doctorado en filosofía de la universidad Paris 1 Panthéon-Sorbonne.